martes, 17 de mayo de 2011

EL VIEJO RELOJ Fernando Alonso

EL VIEJO RELOJ

Fernando Alonso

El hombre vestido de gris y otros cuentos. Ed Alfaguara

Cuando faltó el abuelo, toda la casa se murió un poco. Ya nadie volvió a contar viejas historias. Ya nadie volvió a sacar humo de la vieja pipa de enebro. Ya nadie volvió a dar cuerda al viejo reloj del pasillo. La sala se quedó a oscuras de historias hermosas; el color lustroso de la pipa se volvió apagado y triste; al viejo reloj le nacieron telarañas por dentro y, poco a poco, se le fueron cayendo los números; igual que al abuelo los dientes. Y, cuando la esfera quedó vacía de números y sus tripas llenas de polvo y de telarañas, el viejo reloj del pasillo fue a parar a un rincón oscuro del desván.

Ramón tenía el pelo tieso, como alambre, y cara de estar siempre buscando alguna cosa. Un día, Ramón subió al desván. Buscaba un sombrero viejo para jugar a los piratas. Ramón no había conocido al abuelo y era la primera vez que veía el reloj. Al niño le gustaba mucho arreglar cosas; por eso, apretó los tornillos, remachó bien los clavos, sujetó la puerta y, a fuerza de frotar y frotar, dejó el reloj reluciente como un sol. Entonces, Ramón se dio cuenta de que el viejo reloj no tenía números. Se sentó en un arcón y estuvo un rato pensando. De pronto, su cara se llenó de sonrisa: ¡Sabía dónde podían estar los números! Aquellos números cansados de una vida aburrida y apolillada dentro de la esfera del reloj.

Con una espada de madera al cinto y un bocadillo de pan con chocolate en la mano, Ramón salió de casa. Iba a buscar los números del reloj del abuelo.

Después de mucho caminar, encontró al número 1. Trabajaba de arpón con un viejo pescador. Y el número era feliz en su nuevo trabajo. Ramón dejó al número y siguió su camino. El viejo pescador no tenía otro arpón para ganar su pan.

El 2 trabajaba de pato en una caseta de feria. Frente a la caseta de tiro al blanco, se apiñaba un grupo de niños. Entonces apareció la hilera de patos; en el centro iba el 2, tieso y orgulloso de su nuevo trabajo. Ramón comprendió que aquel número ya nunca podría vivir, quieto, en la esfera de un reloj. Mientras se alejaba, el ruido de la feria le acompañó un trecho del camino.

El número 3 estaba en un museo. Hacía de gaviota dentro de un cuadro, que representaba la playa y el mar. Era una obra muy valiosa y no podía destrozarla llevándose aquel número. Ramón dio una vuelta por el museo, vio todos los cuadros y salió silbando.

El número 4 jugaba a la pata coja en lo alto de un campanario. Hacía de patas de cigüeña; de una cigüeña que había perdido las suyas, en una mala caída, cuando aprendía a volar. Ramón la saludó con la mano y siguió su camino.

El 5 trabajaba en una señal de tráfico. La señal indicaba: "Prohibido circular a más de 50 kilómetros por hora." Si se llevaba el 5, la señal indicaría: "Prohibido circular a más de 0 kilómetros por hora" y ningún coche podría pasar ya por aquella carretera.

El 6 trabajaba de casa para un caracol. Aquel número era ahora muy útil; sobre todo en los días de lluvia y de frío.

El número 7 trabajaba de siete en el traje de un payaso. El payaso siempre se caía, el siete siempre se descosía y los niños siempre se reían. Ramón también se rió, cuando el siete le hizo guiños desde el traje de payaso. Y todavía se reía al recordarlo, mientras se alejaba del circo.

El 8 hacía de nube. Nube oscura, sobre un pequeño pueblo; sobre unas tierras pequeñas, que necesitaban de aquella lluvia para poder florecer; para poder dar de comer a las gentes que vivían en aquel pueblo pequeño.

El 9 trabajaba de lazo en otro circo. Un vaquero, de enormes bigotes y sombrero de ala ancha, hacía girar aquel lazo sobre su cabeza. Y Ramón aplaudió al hombre de los bigotes, que ganaba su pan trabajando con el 9.

El número 10 era el aro de un niño. El niño corría y corría por el parque y guiaba con el 1 para que el 0 no se escapara. Y el niño era feliz.

Encontró al 11 en un campo de deportes. Pintados de rayas rojas y blancas, los dos unos sostenían un listón. Y una fila de atletas esperaba su turno para saltar. -"¡Bravo! ¡Ha sido un salto estupendo!"

El 12 trabajaba en un mercado persa con un encantador de serpientes. El 1 era la flauta y el 2, la serpiente. Y tocando la flauta y bailando la serpiente, el encantador ganaba para vivir.

Ramón volvió a casa con su espada de madera al hombro. Todos los números habían crecido, se habían transformado, para adaptarse a su nueva vida. Una vida más hermosa, más divertida o igualmente aburrida, que la que llevaron dentro de la esfera del reloj. Pero, esta vez, era una vida que ellos habían escogido libremente. A Ramón no le importaba su fracaso; porque ya sabía lo que tenía que hacer.

Al regresar a su casa, cogió la caja de los colores y subió al desván. Y allí pintó los números en la esfera del reloj; unos números brillantes, de todos los colores... y alguna que otra flor, salpicada por la caja. Y, cuando el último número y la última flor estuvieron pintados, el reloj dejó oír su tictac monótono y alegre.

Y, a partir de aquel momento, en la habitación de Ramón siempre se oyó el tic-tac, alegre y monótono, del viejo reloj del abuelo.